miércoles, 1 de octubre de 2008

No sabeis lo agotador que es ir de boda: levantarte temprano, prepararte el traje o vestido que vas a llevar, maquillarte (he visto que sólo lo hacen las mujeres. A los hombres no les hace falta: no ganarían nada), preocuparte de qué vas a regalar a los novios,... o eso parecía aquella mañana de
sábado donde en casa estaban todos revolucionados: el uno que si qué camisa me queda mejor, la otra que si ahora no encuentro el recogido de pelo que pega más con mi cara, que si ahora busca por Internet dónde está la iglesia y el restaurante,...

Yo no tenía ningunas ganas de ir. Es más, ya avisé de que no iría, que no los conocía de nada (una vez creo que vinieron a casa, pero no les hice mucho caso...) y que así se ahorrarían mi cubierto, que vale una pasta. Por eso, me preparé para un sábado de relax en casa, mirando alguna película de las que me gustan (La Gata sobre el Tejado de Zinc, Los Aristogatos,...), prepararme un buen tazón de leche con Whiskas y dejar que la comodidad del sofá hiciera el resto...

...A no ser que surgiera alguna alarma cercana. En ese caso ya había dejado mi supertraje lavado, planchado y escondido debajo de la cama, entre aquellas dos cajas de zapatos que nunca tocaban (me parece que están vacías...).

Pero no me importaba. Al contrario, me sentía útil en este sociedad humana donde todo el mundo se queja mucho con la familia y los amigos pero nunca hace nada por cambiar su situación. Además, estar toooodo el día estirada ya sea en la cama, el sofá o encima del armario me hace cadera, y es una manera peculiar de ejercitarme.

A lo que iba: aquella mañana de sábado, donde los miraba a los dos desde el pasillo, preparada para correr por si a última hora se les ocurría meterme en el transportín y llevarme con ellos (¡¡odio ese transportín!!), pintaba muy relajada: como había crisis la gente no salía a comprar ni a gastar dinero y nunca llevaban demasiado efectivo encima, por lo que los atracos quedaban descartados. Los accidentes de tráfico... no era ningún fin de semana de puente ni de fiesta, en principio nada de nada. Incendios... nunca digas nunca.

En fin, que todo podía ser. La alarma, bien cerquita de donde siempre cargaban el teléfono móvil (uno u otro siempre se les quedaba sin batería, y de esta manera si sonaba podía disimularlo muy bien) estaba conectada y lista para sonar.

Ellos dos por fin escogieron la camisa, se maquillaron, compraron las medias que necesitaban porque las otras se les habían roto y se fueron.

Tranquilidad, soledad, silencio, paz.

...
...

¡¡Por favor, que pase algo!! El reloj ya daba las cinco y pico de la tarde, estaba a punto de terminarme la segunda temporada de Garfield... ¡¡y la alarma seguía sin sonar!!

Es posible que se deba a la crisis, al fútbol o a las bodas, pero los sábados son muuuuuy aburridos si no tienes nada que hacer...

1 comentario:

Unknown dijo...

¿nada que hacer? ¿que es eso?